Siempre he pensado en lo que me ha ocurrido como un desafío. Una oportunidad para corregir mis falencias y convertirme en una mejor persona. Y en eso estoy, en mí. Hace unos días todo lo que hacía era para otro... y no hubo respuesta alguna. Tengo que volver a mí. Volví al gimnasio (un año de estrés laboral más un semestre de depresión personal hizo estragos en mi cuerpo), y lo mejor: volví a danzar. En estos momentos es lo único que me da energías y me alegra el alma. Y a veces siento que todo lo que estoy haciendo "para mí" no es otra cosa que reemplazar el espacio que mi amor dejó en mi corazón y en mi vida. Y es verdad. Es necesario hacer que él no sea necesario. Que a pesar de lo mucho que lo amo, no me haga tanta falta.

Porque no está. Y lo extraño intensamente. Ha sido tan difícil. Las adversidades constituyen desafíos, y el enorme cansancio de llevar una lucha constante y muchas veces desigual... en una relación siempre hay uno que pelea más en algún momento, pero ambos lo siguen haciendo de cierta forma.
Pero qué hacer cuando tu contraparte se borra de tu vida y no te da más razones para luchar? Es suficiente con la propia certeza, basada en una esperanzada intuición irracional*, de que SÍ vale la pena seguir intentando? Qué hacer entonces ante la desesperante sensación de estar atado en medio de la nada, donde el "acto" te causa frustraciones, y el "no acto" te llena de ansiedades?
Estoy perdida. No sé cual de las dos opciones es la más adecuada, hacer o no hacer. Me he lanzado y he chocado contra una pared de hielo varias veces, ahora merezco descanso. Sigo adelante. Sigo en mí. Supongo que es la única certeza en la que debo enfocarme hoy. Pero ese bendito pájaro que taladra mi mente y mi corazón no me deja en paz.
Si fuera tan sencillo como decir "vuelve al árbol"...
* Esa inexplicable sensación en la guata de que esa persona "ES" la indicada para acompañarte a lo largo de tu vida...